Hay horarios que Patricio Malcolm respeta como ley de vida; uno de ellos, impostergable y sin posibilidad para la interrupción, es la hora de ensayo. No existe llamada de teléfono o entrevista concertada que interfiera en ese tiempo santo.
Esa disciplina la aprendió desde pequeño. Con apenas tres años ejecutó sus primeros acordes en el piano. La influencia familiar resultó savia imprescindible. Hijo del conocido compositor Carlos Malcolm y de la profesora María Caridad Valdés Díaz, a Patricio el arte le tocaba por genética. Del tal músico, tal pianista, dirían los entendidos.
“Con temprana edad tocaba las melodías que escuchaba en los dibujos animados. Sentía una gran atracción por lo que veía en casa”, recuerda.
“El hecho de que mis padres sean músicos generó un creciente interés en mí. Ver las clases de mi mamá, o las partituras de mi papá, agilizó mi aprendizaje”.
Patricio supo abrirse su propio camino; sin abandonar la cuna artística, el hoy prestigioso pianista asumió con responsabilidad y una profunda sensibilidad la que sería su carrera de vida: sostén económico y compañía imperecedera.
Para ello cursó todos los niveles de la enseñanza del instrumento hasta el estadio final en el Instituto Superior de Arte (ISA). Contó con lecciones de la prestigiosa maestra Andrea Mesa, además de siete años de instrucción con Teresita Junco, profesora titular de la especialidad en el ISA.
Han sido años intensos y prolíficos. Avalan su trayectoria los diversos lauros obtenidos en estas tres décadas y su participación en certámenes internacionales en España e Italia, así como su asistencia como invitado al Concurso Internacional Federico Chopin, el más célebre encuentro de su tipo.
Una vez graduado, fungió como profesor de la materia en el ISA. Allí compartió sus conocimientos hasta que en 2010 visitara, como parte de un intercambio cultural, la Guayana Francesa. Desde entonces imparte clases en el Conservatorio elemental y en la Universidad de las Antillas Francesas.
La escuela cubana de piano
Su experiencia internacional, tanto como docente o instrumentista, le otorgan credibilidad para hablar sobre la escuela cubana de piano y sus características distintivas respecto a sus homólogas en otros países.
“La docencia de Cuba, con toda la influencia rusa, tiene bases más sólidas y un espíritu vocacional. En ese sentido, en la escuela francesa, la enseñanza del arte es menos instintiva. No hay pruebas de ingreso para entrar; estudian quienes quieren aprender y no aquellos que tengan el don de la música. De esa manera, encuentras personas con mucho interés que alcanzan un gran nivel y otras que desean tener el arte en sus vidas como una faceta”.
En la Isla es distinto, insiste. “Hay muy buenas semillas, si bien no puedo negar que hubo un momento de oro cuando los profesores venían directamente de Rusia. También fue la época de un claustro integrado por Frank Fernández, Víctor Rodríguez, Jorge Luis Pacheco, grandes pianistas en activo que estaban tocando en el escenario nacional e internacional y a la vez daban clases en el ISA. Eso se agradece mucho: tener a alguien que te diga y también te muestre visualmente”.
Malcolm asegura, sin temor a la equivocación, que en Cuba existe una Escuela de Piano, así, en mayúsculas. “Con sus virtudes y defectos”, acota. En ese aspecto, un error a enmendar, a su consideración, es la ausencia de la música popular como parte del plan de estudio. “Si en el país se hiciera una especialidad de pianística popular, sería algo único en el mundo”.
El piano es mi vida
Más de 30 años acariciando cada tecla, recordando cada partitura, han creado entre Patricio y el piano una comunión especial. “Es mi vida, un amigo, una fuente de canalización de todas las cosas que no logro decir con palabras.
“Es quien escucha lo que quiero expresar. También lo pienso como un instrumento para tocar, o intentar llegar, al espíritu humano”.
En esa relación intensa, la disciplina es un componente indispensable. “Tiene imbricación directa con lo que uno se proponga. Hace falta mucho trabajo. Poco a poco aprendemos que no es tanto la cantidad de horas de práctica como la calidad de ese tiempo. Tampoco es repetir incansablemente lo que alguien compuso, sino conocer lo que quiero expresar. Conocerte a ti mismo y tu relación con el piano, además de tener calidad en el tiempo de trabajo, son elementos importantes en este oficio.
“En ese proceso uno aprende de sus propios errores, de las virtudes; se encuentra la manera de afrontar el miedo y la inseguridad. Es por ello que la disciplina viene como gravedad; no es un esfuerzo, es un agradecimiento que uno siente practicando el instrumento”.
Pero no estaría completo el proceso sin la interacción músico-instrumento-público. Y en Cuba existe una magia singular. “El espectador es muy caluroso. Se crea un vínculo especial, uno siente ese rebote cuando está tocando, hay un contacto más íntimo”.
Por eso Patricio agradece la existencia de eventos como el Encuentro de Jóvenes Pianistas: “Es algo a agradecer. La connotación de este certamen se siente a la larga: los contactos que se hacen, las ideas que surgen. En mi tiempo no existía nada de esta envergadura”.
Entonces recalca la responsabilidad de esta cita y de los propios artistas con su tiempo. “Uno se debe su pueblo, a su época. No es una elección fácil. Es un camino arduo de búsquedas, fallos, equivocaciones y nuevos intentos”.
En ese periplo extenso-intenso el mayor regocijo lo encuentra en cada regreso a Cuba. “Me encantaría tocar de nuevo en un evento como este. Dar conferencias en la universidad. Mi idea es seguir presente”.